Cuando
viajas fuera de España o cuando hablas con algunos de los millones de turistas
que visitan cada año nuestro país, te das cuenta de que España cae bien al
resto del mundo y que nos aprecian mucho, lo que nos hace sentirnos orgullosos
de haber nacido aquí. Antes de Navidad aparecía el, al final, polémico anuncio
de “Campofrío” donde se pone de relieve innumerables cosas buenas que tiene esta
tierra, y es cierto, tenemos las mejores playas, en gastronomía pocos países
nos igualan, que decir de los deportes, donde los nuestros suman un sinfín de
éxitos que nos hacen presumir de bandera año tras año, la alegría de nuestra
gente, el clima…y así podríamos continuar durante horas…
¿Pero
de verdad nos sentimos plenamente orgullosos de nuestro país en los tiempos que
corren? ¿Y con las decisiones que se están tomando? Yo no me siento orgulloso
al menos. No puedo concebir un país donde hace tan sólo unos días, un obrero
que no tenía ni siquiera un trozo de pan para llevarse a la boca se quemaba a
lo bonzo a las puertas de un hospital y trágicamente fallecía. Como tampoco me
parece moral que exista la duda, por parte del Gobierno, de prorrogar o no la
prestación ínfima de 400 euros que salvan el mes y lo que es más importante, la
vida, a miles de personas en este país.
El día
de Nochebuena, cuando toda mi familia cenaba alrededor de la mesa, mi abuela
nos daba la noticia de que un sobrino suyo iba a ser desahuciado junto a su
familia. Los dos miembros del matrimonio han agotado la prestación por
desempleo y no pueden hacer frente a la dichosa hipoteca. Pues no, no me siento
orgulloso de vivir en un país donde vemos como directivos de bancos
nacionalizados, y salvados con dinero público, se van de rositas y con
importantes indemnizaciones tras hundir el sistema financiero español, y
comprobar que esos mismos bancos expulsan a la calle y sin ningún pudor, a
cientos de familias sin recursos porque no pueden pagar la letra.
No hay
duda de que estamos encajados en una importante crisis económica global, que
nos está obligando a tomar decisiones que no gustan, pero no todo son números.
Aquí, hay personas que lo están pasando mal. Aquí, los ciudadanos y ciudadanas
deben ser la prioridad sobre todas las cosas esté quien esté en el poder, y por
eso, en temas que afectan a los más vulnerables, tenemos que exigir acuerdos
reales y soluciones justas. Entonces, cuando veamos el compromiso real de los
que nos representan y las palabras se traduzcan en hechos, sólo entonces, yo me
sentiré orgulloso de pertenecer a este país donde lo verdaderamente importante
son las personas. Mientras tanto, me sentiré avergonzado cuando vea suicidios,
gente “tirada” en nuestras calles, o niños y niñas que pasan hambre…
Si
permitimos estos hechos, España se va al garete…
Manuel Gallardo Sevillano
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